Migrantes, inmigrantes y emigrantes: cuando las palabras migran… de su sentido

🗞️ Siempre he creído que los periodistas deberían ser guardianes del lenguaje. Si tienen un altavoz, lo mínimo es usar las palabras con precisión. Pero no: últimamente parecen más prestidigitadores que cronistas, capaces de hacer desaparecer el sentido original de un término como quien saca un conejo de la chistera.

El ejemplo más irritante: migrantes.

En mi época, las cosas estaban claras. Un emigrante era quien dejaba su país para ir a otro. Un inmigrante era quien llegaba desde fuera para quedarse. Y un migrante podía ser cualquiera que estuviera en tránsito, moviéndose de un lado a otro, sin precisar la dirección ni el propósito. Tres palabras, tres realidades distintas. Orden, precisión, claridad.

Pero ahora todo el mundo es “migrante”. Como si la partícula in- diera urticaria. Como si llamarle inmigrante a quien entra fuera una especie de pecado lingüístico, o peor, de etiqueta racista. Y entonces, para no molestar a nadie, nos cargamos la exactitud.

Lo curioso es que la palabra “migrante” no es nueva. En lingüística, ya existía como genérico. Pero se usaba poco, porque era imprecisa. Y el periodismo, en teoría, vive de la precisión. Hoy, sin embargo, se ha convertido en comodín. Todo el mundo es “migrante”, desde el que cruza un desierto con lo puesto hasta el turista alemán que viene en chanclas a Mallorca.

La pregunta es: ¿por qué? ¿Ignorancia o estrategia?

Si es ignorancia, mal asunto. Porque demuestra que ni en colegios ni en universidades se enseña ya la diferencia básica entre emigrar, inmigrar y migrar. Y si es estrategia… entonces es peor, porque significa que hay una intención oculta detrás: suavizar, diluir, hacer que todo suene más neutro y, de paso, más manipulable. Cuando llamas a todos “migrantes”, borras matices. Y cuando borras matices, borras parte de la verdad.

No soy la única que se ha fijado. Filólogos y sociólogos han señalado que esta sustitución lingüística no es inocente. El término migrante empezó a popularizarse en organismos internacionales porque sonaba más neutral, menos cargado políticamente que “inmigrante”. La ONU y la OIM (Organización Internacional para las Migraciones) lo han impulsado para englobar cualquier movimiento de personas. Y claro, los medios lo repiten como loros, sin preguntarse si la imprecisión debilita la comprensión.

Y ahí está el quid de la cuestión: cuando un pueblo pierde la precisión de las palabras, pierde la capacidad de pensar con claridad. Porque si ya no distinguimos entre entrar o salir, si todo es lo mismo, acabamos navegando en un mar de eufemismos donde nadie sabe exactamente de qué se habla. Y eso, almas saladas, es terreno abonado para la manipulación.

El problema no es la palabra migrante en sí, sino cómo se ha convertido en un paraguas bajo el que todo cabe, a conveniencia del discurso político de turno. La precisión se sacrifica en el altar de lo “políticamente correcto”. Y así, poco a poco, vamos perdiendo la brújula del lenguaje.

Porque si ya no sabemos ni nombrar con claridad, ¿cómo vamos a pensar con claridad?

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