Tal cual.
Resulta que tenemos un sistema de mierda que se inventa cada día nuevos requisitos para hacerte la vida imposible.
Un sistema que tiene muy poca memoria y que, al parecer, no recuerda que mucha gente que, incluso, empezó a trabajar nada más salir del colegio, trabajaba sin contrato, porque así era la España de entonces.
Y, cuando llegas a los 65, pensando que te vas a jubilar, los funcionarios te miran mal porque no has cotizado lo suficiente, aunque lleves trabajando casi toda tu vida.
Y todos los rollos esos de pensiones contributivas y no contributivas y otras zarandajas que ni ellos las entienden solo tienen un resultado: que tienes que seguir currando para sobrevivir. Y eso no sería malo del todo si hubiera alguna empresa que contratara a la gente como nosotros.
Pero, la cruda realidad es que, o has hecho oposiciones y eres funcionario (y aun así…) o, para el mercado laboral, después de los 50, estás muerto y enterrado. Y no te digo ya después de los 65…
La verdad, es que, igual, que no estoy segura, me gustaría estar jubilada y dar paseítos por la playa o sentarme en una terraza a beber una birra mientras veo a la gente pasar. O igual no…
Pero, el caso, es que no tengo esa opción.
Así que, después del ostión en toda la cara, de que ni jubilación ni nada de nada. Después del cabreo, no porque tuviera que seguir trabajando, sino porque no tenía el derecho a seguir porque me apeteciera sino por obligación, me enfrenté a un hecho real como la vida misma.