Cambio climático: cuando las sandalias se despegan y Napoleón se abanica

🔥 Yo no digo que el clima no cambie. Claro que cambia: lo ha hecho siempre. Lo que digo es que nos están vendiendo un relato manipulado donde la culpa, ¡qué sorpresa!, siempre es nuestra. Porque parece que si te mueres de calor en Córdoba en pleno julio, es culpa de tu coche, de tu nevera y hasta de la tostadora.

Te voy a contar una anécdota que me pasó hace más de treinta años. Estaba yo en Córdoba, y como siempre he tenido la brillante idea de hacer lo que no hay que hacer, decidí visitar la Mezquita… a las tres de la tarde. Sí, a la hora en que hasta los gatos se esconden debajo de las piedras. Las calles estaban vacías, ni un alma. Parecía el escenario de una película del oeste después de la explosión nuclear. Caminaba yo sola, envuelta en un silencio de horno, cuando el asfalto decidió darme una lección: las suelas de mis sandalias comenzaron a despegarse del calor. No era metáfora: aquello parecía chicle derritiéndose bajo mis pies.

Entré en un bar, buscando refugio, con las sandalias colgando como dos lenguas cansadas. El barman me miró con esa mezcla de lástima y burla que uno reserva para los turistas suicidas, y me soltó:
—Tú no eres de aquí, ¿verdad?
Y tenía razón. Porque cualquiera que sea de allí sabe que salir a las tres de la tarde en Córdoba es tan sensato como freír huevos en el capó del coche.

Lo curioso es que entonces nadie hablaba de “ola de calor histórica”. No había titulares de emergencia ni gráficos rojos en la televisión. Era verano, y punto. Si se te derretían las sandalias, era culpa tuya por imprudente, no del planeta.

Ahora, en cambio, parece que vivimos en estado de alarma permanente. Si el termómetro pasa de 28 grados en abril, los presentadores de telediario ya ponen cara de funeral: “el cambio climático nos golpea otra vez”. Pues mire usted, no. El calor en Córdoba no lo inventó Greta Thunberg.

El clima siempre ha cambiado (aunque Napoleón no tuviera Twitter)

La historia está llena de ciclos. Durante la llamada Pequeña Edad del Hielo (siglos XIV a XIX), Europa pasó frío de verdad: el Támesis se congelaba, los inviernos eran brutales, los campesinos no sabían cómo salvar las cosechas. Y antes de eso, hubo épocas de calor sofocante.

En tiempos napoleónicos, sin ir más lejos, se documentaron veranos tan asfixiantes que los soldados sudaban como pollos al horno en sus uniformes. En 1816 llegó incluso “el año sin verano”, tras la erupción del volcán Tambora: nevadas en junio, cosechas arruinadas, hambrunas. ¿Y qué dijeron entonces? ¿Que había que prohibir las vacas porque emitían metano? No. Se entendía que la Tierra tenía sus caprichos y que nosotros éramos simples pasajeros. Nadie habló de cambio climático, y Napoleón tampoco montó un congreso climático en París para echarle la culpa a sus soldados por respirar demasiado.

Pero hoy… ¡la culpa siempre es nuestra!

Y aquí está lo irónico. Lo que antes se atribuía a los dioses o a los ciclos naturales, ahora se nos carga en la mochila. El método es viejo como el mundo: buscar un culpable fácil. Antes eran los herejes, ahora somos todos. Si hace calor, es porque conduces. Si hace frío, también. Si llueve mucho, eres culpable; si no llueve nada, también. Da igual lo que ocurra: siempre pagas tú.

No digo que no contaminemos. Claro que lo hacemos. Pero otra cosa es confundir contaminación con control del clima. Que te vendan la idea de que si reciclas más plástico vas a detener el Sol… pues es para reírse. Y mientras tanto, los que lanzan el discurso se llenan los bolsillos con impuestos verdes, tasas de carbono y medidas inútiles que solo sirven para tenernos más dóciles.

Lo que dicen algunos científicos (que no salen en prime time)

No soy la única que lo piensa. El físico danés Henrik Svensmark sostiene que son los rayos cósmicos y la actividad solar los que influyen en la formación de nubes y, por tanto, en la temperatura. El investigador Nicola Scafetta asegura que gran parte del calentamiento responde a ciclos astronómicos y solares, no al CO₂. Y Syun-Ichi Akasofu explicó que gran parte del “calentamiento moderno” no es más que la recuperación natural tras la Pequeña Edad del Hielo.

Claro, estos nombres no se mencionan en los telediarios. Los medios prefieren a los científicos de nómina que repiten el guion oficial: “todo es culpa de la humanidad, especialmente de ti, pobre ciudadano que comes helado en agosto”.

Reflexión final (con sal y sin culpa)

El clima cambia, sí. Pero no porque tú tires de la cadena del váter o uses aire acondicionado. Cambia porque la Tierra es un organismo vivo, con mareas, volcanes, ciclos solares y caprichos que van mucho más allá de nuestros hábitos de consumo.

Lo que no cambia es la costumbre de los poderosos de culpar al pueblo. Antes era el pecado, ahora es el plástico. Ayer eran los dioses, hoy es el CO₂. El truco es viejo: el miedo moviliza, la culpa recauda.

Así que la próxima vez que te hablen de cambio climático con voz trágica, recuerda esto: la Tierra seguirá teniendo glaciaciones, calores extremos y estaciones raras… con o sin nosotros. Lo que sí podemos elegir es no tragarnos el cuento completo y mantener la lucidez de quienes saben que las olas cambian, pero el mar sigue siendo el mismo.

Y si alguna vez se te derriten las sandalias en Córdoba, por favor, no culpes al CO₂. Culpa a tu propia cabezonería. Que el cambio climático está de moda, pero la imprudencia humana es eterna.

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