🔄 Curiosa cosa es el idioma: juega con nosotros como las olas con la orilla. A veces, cambia un orden y lo que era espuma se vuelve roca.
Mira estas dos palabras: mito y timo. Las mismas letras, colocadas en distinto orden, y sin embargo mundos aparte… ¿o no tanto?
El mito es ese relato antiguo que nos da alas, aunque no sepamos si sucedió. Son cuentos cargados de símbolos, historias que nos recuerdan que no todo lo importante se mide con termómetros o facturas. Siempre hay en el mito un poso de verdad, aunque sea lejano o escondido como un tesoro submarino. El mito enseña, guía, abre puertas.
El timo, en cambio, tiene menos glamour. Es la misma baraja de letras, pero jugada por un fullero. El timo es relato también, pero con truco: alguien inventa un cuento, no para despertar conciencias, sino para vaciar bolsillos. Donde el mito eleva, el timo rebaja. Donde el mito educa, el timo engaña.
Lo curioso es que en ambos hay un punto en común: necesitamos creer. El mito alimenta esa necesidad de creer en algo más grande; el timo se aprovecha de ella. Quizá por eso están tan cerca en el diccionario y tan lejos en la vida real.
La pregunta es: ¿cómo distinguimos un mito de un timo? Fácil de decir, difícil de practicar. El mito deja una enseñanza, aunque sea disfrazada. El timo deja resaca y la sensación de haber sido idiota.
Y ahí está la ironía: en un mundo lleno de información, corremos el riesgo de confundirlos a diario. El mito de la “felicidad inmediata”, el timo de la “verdad absoluta” en 140 caracteres… todo depende de dónde pongamos el acento.
Así que, alma curiosa, cuando te cuenten una historia que suene demasiado perfecta, pregúntate: ¿estoy ante un mito que me invita a reflexionar… o ante un timo que me quiere la cartera o la atención? Porque no olvides: las letras son las mismas, pero el viaje que te espera puede ser cielo… o naufragio.