Soy Rosalía (y no como la cantante, sino al revés, que ella nació después que yo, je je).
Tengo 65 años y, lo que mejor me define es que he estudiado mucho, he vivido mucho y he hecho decenas de cosas diferentes.
También tengo que decir que nadie me obligó. No es eso de “he ido cambiando según encontraba trabajo en lo que salía”.
No, aunque pueda parecer increíble, incluso muy loco, tengo el vicio de aprender.
Me interesa todo, me gusta aprender todo y ponerlo en práctica hasta que me sale perfecto.
Ha habido una única constante en mi vida: Escribir.
Yo no recuerdo cuando empecé a leer y escribir. Pero, lo más curioso es que mis padres tampoco. Solían decir que nací sabiendo, lo cual, obviamente, es imposible… o ¿no? A veces hasta yo lo dudo, ja ja ja.
Era una niña muy rara (mi madre decía que más que un perro verde). Cuando no me gustaba como acababan los cuentos, les reescribía el final.
Más adelante, empecé a escribir novelas del Oeste al más puro estilo de Marcial De la Fuente Estefanía. Igual no te suena de nada, pero este escritor español del siglo XX, escribió más de 2.600 novelas del oeste (lo que hoy llaman western) y otras muchas de otros estilos.
Todo empezó en una especie de concurso que empecé con una de mis primas. Ella lo abandonó al poco tiempo, pero yo continué.
Me fascinaba poder escribir mis propias historias, tal y como yo quería, con los personajes que me apetecía y conmigo de protagonista, claro, para lo cual ideé una fascinante joven rubia de ojos verdes, intrépida, valiente y aventurera que se llamaba Cechila.
A lo tonto, a lo tonto, llené cajas y cajas de cuadernos escritos a mano con unos cuantos cientos de novelas.
A los 13 años gané un concurso de redacción de Coca-Cola que por aquellos años casi acababa de comenzar. Recuerdo que el premio consistía en un lote de libros para la Biblioteca del Cole (al que representaba), otro lote de libros para mí, un viaje con visita guiada a la fábrica de Coca-Cola y un montón de Fanta y Coca-Cola.
Mi madre me “prohibió” volver a ganarlo porque no sabía dónde meter tanto refresco.
Al mismo tiempo devoraba libros. No me los comía claro, los leía con avidez.
Tenía la suerte de contar con una extensa biblioteca en mi casa y otra en el cole.
Estoy convencida de que no se puede ser un buen escritor sin ser también un buen lector.
Evidentemente, mi sueño era ser escritora. Pero mi padre me convenció de que eso era muy difícil y que iba a pasar más hambre que un maestro escuela.
Para una vez que hago caso a mis padres…
En mi defensa diré que tampoco consiguieron que me hiciera funcionaria.
Era un espíritu libre y necesitaba aventuras.
Aunque la mayor parte de mi vida la he dedicado a ayudar a las personas con Ciencias y Terapias Alternativas, lo he combinado con el mundo comercial, el diseño web, diseño gráfico, la radio y un montón de cosas interesantes.
Pero, nunca, nunca, dejé de escribir.
En ese campo, me fueron saliendo “trabajillos” extras:
– traducción de catálogos, novelas y rituales iniciáticos del francés al español.
– artículos para periódicos locales de redactores que no tenían tiempo.
– y algún que otro trabajillo para universitarios.
Eso hubiera debido hacerme reflexionar, pero yo seguía convencida de que con eso no se comía… (la programación paterna es muy poderosa).
Seguía escribiendo novelas y poemas por diversión. Pero los pedidos seguían llegando y los hacía como trabajos extras: discursos, artículos, monólogos, traducciones, etc.
Ya bien entrado el año 2000, la Editorial De Vecchi me contrató para hacer las Predicciones astrológicas para cada signo del zodiaco. La astrología es una de mis habilidades. Al principio, con el pseudónimo de Silvia Heredia de Velázquez, el cual ya había servido para otros escritores antes que yo. Con el paso del tiempo, empezaron a poner mi nombre como colaboradora. Lo cual no deja de ser curioso porque lo hacía yo, pero el pseudónimo llevaba años de popularidad.
Por fin, contra todo pronóstico, me estaba convirtiendo en una escritora de verdad.
Cuando casi me lo estaba creyendo, De Vecchi se vendió y… desapareció. Los compradores, una Editorial francesa, decidieron que ya no tenían ningún interés por sacar libros de perros, pájaros, bonsáis, etc., etc., y se los cargaron de un plumazo.
Fue un duro golpe, lo confieso. Tanto, que, aun teniendo ya las predicciones escritas para el año siguiente, ni siquiera me dieron ganas de ofrecérselas a otra Editorial.
Pero, el boca a boca funciona y seguí teniendo encargos. Pero, siempre como “escritora fantasma” (en realidad, se decía de otra manera, pero ahora no es políticamente correcto).
Esto consiste en que alguien te encarga un trabajo de escritura, el que sea, tú (o sea yo, en este caso) lo escribes y la persona que te lo ha encargado lo firma y los derechos le pertenecen. Por supuesto, bajo estricto contrato de confidencialidad. Eso hace que sea muy difícil, por no decir imposible, mostrar tus trabajos a nadie. Es tu pluma, pero tú no existes.
Ya sé, estás pensando que vaya gracia. No hay reconocimiento.
No, no lo hay. Pero, en realidad, no me importa. Yo disfruto escribiendo, me cuentan unas historias fascinantes que yo puedo plasmar en el papel. Para ello, me tengo que meter en la cabeza de quien me da el encargo. Convertirme en ese personaje, tomar mi voz y convertirla en la suya. Apasionante, en serio.
Y cuando ves a la persona en cuestión, con chispitas de estrellas en la mirada, decir “es exactamente así como lo hubiera querido escribir yo”, te embarga una emoción tan profunda como cuando gané el concurso de redacción a los 13 años.
Yo no solo escribo por ti, escribo como si fueras tú.
Hace algún tiempo que me he retirado ya de todas mis demás actividades (excepto de las páginas de nicho que son los ingresos pasivos para mi jubilación), pero de escribir no me retiraré jamás mientras mi cabeza y mis dedos funcionen.
No sé si alguna vez editaré un libro propio (y tengo unos cuantos en los cajones), pero tú editarás los tuyos gracias a mis servicios. Y yo seré tan feliz, como si fuera para mí misma.”