La soledad no significa estar solo/a físicamente, sino estar solo/a psíquicamente.
Se puede estar perdidamente solo/a en medio de una multitud.
La soledad no es un estado sino una emoción. Es la sensación de que no se tiene apoyo en una situación de necesidad. De que no habrá nadie a tu lado para ayudarte. O que, si quieres compartir algo, no habrá nadie para escucharlo. Confundimos el miedo a no tener a nadie en nuestra vida con la soledad.
Pero, estar solo/a, es muy conveniente, en ocasiones, para conocerse mejor. Hay ocasiones en que estamos pasando un proceso de transformación espiritual. La vida que llevábamos, pierde completamente su sentido, así como las personas que nos rodean.
Si, además, estamos solos/as de verdad. Es decir, sin pareja o sin familia, puede ser mucho más agobiante y producirte mucha tristeza o ansiedad. Pero, forma parte del proceso, porque, en realidad, es que nos estamos convirtiendo en alguien diferente.
El verdadero problema, llega cuando confundimos ese sentimiento e intentamos desesperadamente, llenar ese vacío interior con una pareja o con un hijo.
En esas ocasiones, tendemos a enamorarnos rápidamente de la primera persona que se nos cruza por delante. Idealizamos a la persona para que encaje perfectamente en nuestros patrones y nos autoconvencemos de que es nuestra persona ideal.
El resultado es que, al no conseguir llenar nuestro vacío, perdemos el interés. Se nos cae la venda de los ojos y nos “desenamoramos” a la misma velocidad. Las personas que sufren de soledad interior, pasan de una pareja a otra a velocidades vertiginosas.
Mucho peor, es cuando se quiere llenar ese vacío con un hijo. Afortunadamente, la mayoría de las personas sentirán amor por sus hijos, incluso, aunque no hayan conseguido llenar ese vacío. Pero, desgraciadamente, a veces, esos hijos “deseados” se terminan convirtiendo en un incordio y sufriendo graves consecuencias.